En un vagón de metro, el viernes treinta, la chica menuda iba leyendo Wilt sentada entre dos tipos con cara de que se daban cuenta, que el mundo era solo un yogurt perdido. Los viernes la luz del metro alumbra tus zapatos, y en ellos se puede ver la suciedad de toda la semana. Puede que Wilt en ese momento se encontrara en una barbacoa a punto de tener problemas... cuando la chica menuda levantó la mirada y nos dio un repaso a todos. Supongo que pensó; es el último viernes del año y son las ocho, el metro no refleja la alegría que hay en las calles. Nos miró con arrogancia y vio tipos resignados a su suerte, acojonados por los nuevos del Gobierno, tipos tristes atrapados en el tedio de su vida, que beben cerveza y tratan de ignorar en todo lo posible a su esposa... Nos bajamos en Alonso Martínez y vi como la chica se perdía entre la gente por los interminables pasillos del mundo suburbano de Madrid, donde nadie vive, donde todo el mundo lee o piensa. Al salir a la calle, sent
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein