Me provoca placer el ruido de los patios interiores en las noches del verano de Madrid. La actividad de la gente en las cocinas moviendo platos y conversaciones, mezclándose con el último telediario de la televisión. La voz de una mujer y un hombre manteniendo una conversación va cruzándose con otras ideas mientras irremediablemente me voy durmiendo. Me recuerdan a los pocos momentos lúcidos que tuvieron mis padres cuando era tan pequeño que aun intentaba entender la vida de aquellas personas tan cercanas. Me tumbo en el sofá de la casa de mi madre mientras ella en la cocina cacharrea y prepara la comida. Los perros están conmigo. Entra el sol. Los canarios cantan y se mezclan con la voz de mi madre que me cuenta historias que yo no intento descifrar. Ella sabe que me habla y apenas la puedo oír. El duermevela te lleva siempre a cualquier momento. La campana extractora suena lejos. Mi madre habla a la velocidad que gira la tierra sobre su eje y sus palabras hacen eco dentro del
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein