Aquel viejo se sentó conmigo al verme fumar un cigarrillo en el banco de debajo de su casa. Mirábamos al escaparate de la tienda de motos y veíamos a la gente pasar. Me contaba que fumó mucho durante toda la vida, que ya no, que ahora tenía que dormir con oxígeno porque si no, se asfixiaba. Tenía ochenta y cinco años y estaba condenado a acudir al médico cada día. Yo me encendía un cigarrillo cada poco tiempo mientras le escuchaba relatar su vida. Había sido camionero hasta que se jubiló. Hablaba con pasión del Pegaso Comet, del Barreiros y hasta de un Leyland con el volante a la derecha. De los miles de cigarrillos que se fumó en la cabina de aquellos camiones con motores que hacían ruidos infernales por todas las carreteras del país. Incluso una vez había viajado a Francia. Aquel día, el viejo disfrutó de lo lindo viéndome fumar... cuando arranqué la moto le vi que me miraba como a un familiar que ya nunca volvería a ver. Antes de desaparecer, cuando me paré en el ceda el paso d
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein