Al muerto no le faltaban motivos para estar en la caja de pino. Aquel tipo parecía un ángel dormido. Podría haber encontrado la muerte en una reyerta, pero fue la quinina. La china de la calle Divino Pastor no perdonó sus infidelidades, la mala vida, las palizas. La curiosidad me llevó al tanatorio a mostrar todos mis respetos a la familia. Cuando leí la noticia en el periódico supe que tenía que acudir a conocerlo. Yo al tipo no lo había visto en mi vida. A Lin si, a ella la conocía desde hacía años de ir a comprar el pan. Lin era extrovertida y nos hablaba a todos de sus problemas. Era cariñosa con los niños y atenta y divertida con los adultos. En el tanatorio, observé a la familia, besé a la madre, di la mano al padre, incluso hablé de nuestra infancia con la hermana que no acertaba a recordarme. De pronto vi a la vieja de los perros, a la chica de la plaza, al del estanco del dos de mayo, a la de la tienda de antigüedades, a las peluqueras de san Andrés, al pobre de pedir de
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein