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Mostrando entradas de abril, 2013

La paz de las hojas muertas

Para Eduardo Sáenz–Hermúa Sanz  Aquel día amaba a las chicas que estaban al final del porche y lo proclamaba a los cuatro vientos sin importarle que allí, junto a ellas, estuvieran sus maridos. En medio de un ataque de euforia podía amar a todas las mujeres de la tierra y de regreso soñar, sentir la melancolía más insólita,  y echar de menos a alguna mujer bella con la que hubiera imaginado un mundo perfecto.  Los botellines nos hacían sentir bien pero era una cuestión de presencia, su presencia. La buena conversación estaba asegurada siempre que él estaba allí, no importaba de que habláramos,  del mayor disparate que se nos pasara por la cabeza o de cualquier tema serio.  Abundaba entre todos nosotros una sensación de bienestar cuando él estaba, a pesar de que en muchas ocasiones, algún arrebato apasionado suyo hiciera que alguien saliera mal parado, casi siempre le tocaba a Sonia. Con ella era una cuestión de amistad, y el dolor de la reprimenda daba paso al amor fratern

Iberia 3.141

Para Sonia Chamarro La conoció en el Lope de Vega. Él cargaba los depósitos del Jumbo cuando la vio por primera vez. Aquel día amó el olor del queroseno. La volvió a ver en el Txoko de Barajas y se pavoneó delante de ella sin ningún complejo. Aquella mujer era la azafata más bonita que jamás había visto. Veinte años después, acodado en la barra del pub pensaba en ella. Suponía la vida que habría tenido con aquel piloto pero no le salía nada atractivo, así que se dedicó a observarla. Ella hablaba con gente de la compañía de lo del ere y reía. A ella nada le impedía reír. La camarera levantó el posavasos, pasó la bayeta por la barra, sirvió otra jarra de cerveza y le dijo:  _muy pronto todos esos estarán como tú, también observaran el mundo desde afuera.   Y él no pensó en eso. Se limitó a imaginar el pueblo de Barajas desierto y en como hubiera sido la vida junto a ella.   Antonio Misas Madrid, 20 de abril de 2013

Orizonia

_“Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes.” Aquel tipo iba vestido con una camiseta raída con publicidad impresa de un paisaje idílico en el que aparecían montañas y valles floridos bajo un cielo azul. Daba este discurso en la plaza de Colón subido en un cajón de madera.  Los borrachos bailaban, le abucheaban, le hacían calvos, se caían al suelo con el pantalón por los tobillos, los calzoncillos sucios y se reían de las cosas que decía. _ ¡Jesucristo no fue un hombre común pero después de dos mil años los fariseos nos siguen diciendo como debemos de hacer las cosas! Se bajó del cajón, abrió la tapa y sacó un brik del tío de la bota. Les dio de beber uno a uno. Sonrieron y bebieron y