Para Eduardo Sáenz–Hermúa Sanz Aquel día amaba a las chicas que estaban al final del porche y lo proclamaba a los cuatro vientos sin importarle que allí, junto a ellas, estuvieran sus maridos. En medio de un ataque de euforia podía amar a todas las mujeres de la tierra y de regreso soñar, sentir la melancolía más insólita, y echar de menos a alguna mujer bella con la que hubiera imaginado un mundo perfecto. Los botellines nos hacían sentir bien pero era una cuestión de presencia, su presencia. La buena conversación estaba asegurada siempre que él estaba allí, no importaba de que habláramos, del mayor disparate que se nos pasara por la cabeza o de cualquier tema serio. Abundaba entre todos nosotros una sensación de bienestar cuando él estaba, a pesar de que en muchas ocasiones, algún arrebato apasionado suyo hiciera que alguien saliera mal parado, casi siempre le tocaba a Sonia. Con ella era una cuestión de amistad, y el dolor de la reprimenda daba paso al amor fratern
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein