Monumento del cementerio de italianos del Puerto del Escudo, Cantabria. Jotaeme y yo habíamos acordado vernos en su casa y luego ir a visitar a nuestra madre a la residencia geriátrica municipal. Cuando llegué Valeria había preparado ya el café. Yo llevé una botella de Macallan que me había regalado un tipo con el que hice algunos negocios. Eso era todo lo que tenía de valor por aquel entonces y estaba dispuesto a bebérmela con Jotaeme y Valeria. Cuando nos juntábamos nos gustaba hablar de la infancia y de todas esas cosas con las que habíamos crecido. Nada de particular. El geriátrico no estaba lejos de allí pero nos gustaba reunirnos antes y acudir más tarde. A nuestra madre no le importaba. En realidad no le importaba nada. Hacía ya muchos años que sufría Alzheimer y no reconocía a nadie. No reconocía a sus propios hijos. No recordaba nada de su vida. A menudo nos preguntábamos que podría tener en la cabeza aquella mujer que una vez fue nuestra
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein