Aprendió a estar solo, aun así, llevaba un billete de dólar en la cartera junto a una estampita de judas que encontró en alguna parte. Otro medio billete que compartió con su mejor amigo por lo de aquella película. En el bolsillo pequeño un chinito de esos de madera que hacía muchos años le regaló su sobrina María cuando apenas era una niña. Lo llevaba junto a una moneda de dólar. Tenía algunos buenos amigos que le cuidaban y le procuraban trabajos eventuales. Tenía otros amigos que le proporcionan entrevistas para buenos empleos, por ellos, tenía dos San Pancracio en el marco de la puerta. Y la tenía a ella, a ella que se lo daba todo. El murmullo de la soledad resonaba en aquellos amuletos y le hacía pensar que en algún momento de su vida debió desviarse del camino. Debió dejar de mirar al mundo con esa objetividad con la que se debe mirar. Se dio cuenta que haber variado tantas veces el rumbo le había llevado a un analfabetismo crónico, había acabado formándose una ide
La realidad es lo que se puede describir con el lenguaje, es un lenguaje descriptivo, no la realidad en sí. Por eso “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” Ludwig Wittgenstein